Resulta peculiar cómo nuestra sociedad consumista redefine el sobrepeso que nos tienta desde todos los rincones del supermercado. Los dietistas lo describen como un desequilibrio energético debido a un consumo excesivo de calorías y una escasa actividad física. Como dice Clive Hamilton, de la Universidad Nacional de Australia, “habría sido más útil describirlo recurriendo a los conceptos de glotonería y pereza”. Tiene razón, aunque suene políticamente incorrecto. La glotonería la fomenta la sociedad de consumo, que se aprovecha de la tendencia natural de todo ser vivo a almacenar energía y no gastarla sin necesidad. Unos son más capaces de no caer en la tentación, aunque quizá a ellos les sea imposible escapar de la seducción del dinero, los coches, las joyas, los zapatos, la ropa o los gadgets tecnológicos.
Usted decide que debe ponerse a régimen. Como “mal de muchos, consuelo de tontos”, su pareja también se apunta. Tras una semana que literalmente se ha hecho más larga que un día sin pan, van decididos a la báscula, por eso de controlar el peso. ¡Sorpresa! Mientras su pareja ha perdido casi 3 kilos usted no ha llegado ni al medio kilo. ¡Imposible! Pues no; ninguna dieta sirve para todo el mundo porque el metabolismo de cada cual es único. Eso no quiere decir que no deba comer adecuadamente. La primera ley de la termodinámica va a misa: la energía ni se crea ni se destruye… Nadie engorda sin comer, ni adelgaza poniéndose como el quico.
Descifrar las rutas metabólicas de nuestro cuerpo es el objetivo de una rama de la ciencia aún en pañales: la metabolómica. En un futuro, dicen, podrá ser posible diseñar el régimen y los ejercicios a realizar a cada uno de nosotros. Insisto: aún queda mucho por investigar. Eso sí, no se fie de esas dietas-milagro que le dicen lo que debe comer por el grupo sanguíneo o por análisis clínico. No son más que tonterías.
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