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lunes, 5 de abril de 2010

La Dificultad de Conocerse Bien a Uno Mismo
5 de Abril de 2010. Foto: WUSTLTodos sabemos que uno mismo no suele ser el mejor juez para autodefinirse como persona, al menos en algunos aspectos de su forma de ser. Un nuevo estudio profundiza ahora en la cuestión.


La psicóloga Simine Vazire, de la Universidad de Washington en San Luis, ha comprobado que uno mismo es capaz de evaluar sus pensamientos y sentimientos interiores, o sus posibles rasgos neuróticos como la ansiedad, con mayor precisión que sus amigos, en tanto que estos son mejores para evaluar rasgos relacionados con el intelecto, como la inteligencia y la creatividad. En cuanto a los desconocidos, resulta que son tan expertos como nuestros amigos y nosotros mismos para valorar lo introvertidos o extrovertidos que somos.

Cómo nos gustaría ser y cómo somos en realidad, son dos cosas muy diferentes, aunque haya gente que tienda a mezclarlas.

La personalidad, dice Vazire, está presente en muchas de las cosas que hacemos, como por ejemplo al elegir la ropa, al organizar la habitación, y en los perfiles en Facebook. En todo aquello que hacemos dejamos una huella de nuestra personalidad, a menudo involuntariamente. Toda persona proporciona indicios de su personalidad que ni siquiera ella misma ve.
La personalidad se compone de los rasgos subyacentes que gobiernan la conducta. Para poner a prueba el modelo que desarrolló Vazire, ella recurrió a 165 voluntarios a quienes se les encargaron varias tareas. Para obtener una medida objetiva de la conducta, fueron sometidos a una prueba de coeficiente de inteligencia; se les hizo participar en un grupo de discusión sin líder con el fin de ver quien emergía como tal; y pasaron además por una prueba de estrés social. Cada participante también evaluó a miembros del grupo y a sí mismo en un formulario sobre 40 rasgos de la personalidad.

El modelo de Vazire predijo correctamente que las autoevaluaciones serían más precisas para las cosas internas, como por ejemplo los pensamientos y sentimientos, la tristeza y la ansiedad, que las evaluaciones de amigos y extraños.

En cuanto a las descripciones sobre uno mismo, la dificultad en que sean precisas se da sobre todo en rasgos como la inteligencia, el atractivo y la creatividad. Ello se debe, según Vazire, a que uno es mejor juzgando la inteligencia de los amigos que la propia, porque admitir que nuestros amigos no son brillantes no nos hace sentirnos amenazados, como sí sucede al admitir que no somos brillantes.

Información adicional en:



lunes, 26 de octubre de 2009

La libertad es una ficción cerebral

Estamos determinados, como el resto del Universo, por las leyes naturales

La libertad es una ficción cerebral, según confirman las últimas investigaciones sobre neurociencias. Estas investigaciones han determinado que la actividad cerebral previa a un movimiento, realizado por el sujeto en un tiempo por él elegido, es muy anterior (hasta 10 segundos) a la impresión subjetiva del propio sujeto de que va a realizar ese movimiento. Y aunque la falta de libertad es algo contraintuitivo, los experimentos indican que estamos determinados por las leyes de la Naturaleza. Por eso en Alemania algunos especialistas están reclamando la revisión del código penal para adecuarlo a los resultados de la neurociencia. Y aunque sigamos encarcelando a los que violen las leyes, cambiará la imagen que tenemos tanto de esos criminales como de nosotros mismos. Por Francisco J. Rubia.

La libertad, la voluntad libre o el libre albedrío es una ficción cerebral. Eso es el resultado de experimentos realizados recientemente en neurociencia que indican que la actividad cerebral previa a un movimiento, realizado por el sujeto en un tiempo por él elegido, es muy anterior (350 ms) a la impresión subjetiva del propio sujeto de que va a realizar ese movimiento (200 ms antes del movimiento). Esto quiere decir que la impresión subjetiva de la voluntad no es la causa del movimiento, sino que, junto con éste, es una de las consecuencias de una actividad cerebral que es inconsciente.

Los experimentos fueron realizados por Benjamín Libet en California hace más de 20 años; luego han sido confirmados sus resultados por un grupo de neurocientíficos en Inglaterra, y este mismo año, 2008, han vuelto a realizarse en Berlín con técnicas modernas de imagen cerebral, llegando a la conclusión que el cerebro se pone en marcha mucho antes que en los experimentos de Libet, a saber, que la actividad cerebral del lóbulo frontal tiene lugar hasta 10 segundos antes de la impresión subjetiva de voluntad.

El propio Libet intentó salvar su hipótesis de la existencia de la libertad diciendo que en los 200 ms que separan la impresión subjetiva del propio movimiento el cerebro podría ejercer un veto, es decir, inhibir el movimiento. Los críticos de esta hipótesis argumentaron que si el cerebro se tenía que activar de nuevo para ejercer el veto se emplearía de nuevo el mismo tiempo y eso era demasiado para los 200 ms que quedaban.

Frente a estos resultados se puede argumentar que todos y cada uno de nosotros tiene la impresión subjetiva, la intuición, la firme creencia, que somos libres para elegir entre varias opciones o que podemos hacer algo distinto a lo que hacemos en cualquier momento.

Antecedentes de creencias falsas

Pero las impresiones subjetivas, intuiciones o firmes creencias han resultado ser a veces falsas, como ha ocurrido a lo largo de la historia de la Humanidad.

Recordemos la creencia en la teoría geocéntrica, planteada por Aristóteles en el silgo IV a. C. y refrendada por Ptolomeo en el siglo II de nuestra era. Tuvieron que pasar nada menos que 20 siglos, hasta el siglo XVI, para que esta teoría fuera refutada por la teoría heliocéntrica de Copérnico y Galileo.

Nuestra impresión subjetiva estaba basada en la experiencia que todos tenemos de que el sol sale por Oriente y se pone por Occidente, un lenguaje que aún conservamos. Si le hubiésemos hecho caso a Aristarco de Samos, quien en el siglo IV a.C. ya había planteado que la tierra se movía alrededor del sol, no hubiera sido quemado Giordano Bruno en la Piaza Campo dei Fiori en Roma en 1600.

Por otro lado, que hayamos tardado 20 siglos en corregir esa impresión subjetiva falsa de que el sol giraba alrededor de la tierra la debemos, sin duda en parte, a la Sagradas Escrituras. En la Biblia (Josué 10, 13) se dice que Yahvé “paró el sol” para permitir que los israelitas terminasen de masacrar a los amorreos. Por tanto, si Dios paró el sol es porque este se movía y no la tierra.

Hay otros ejemplos de impresiones subjetivas que terminaron siendo falsas, como la teoría de la que la tierra es plana, que todavía hoy algunos desinformados sostienen. También la esfericidad de la tierra, sostenida por Eratóstenes (siglo III a. C.) chocó con las Sagradas Escrituras, tal y como sostenía el obispo de Salzburgo Virgilio o nuestro Isidoro de Sevilla.

Estamos determinados

No podemos, pues, fiarnos de nuestras impresiones subjetivas porque pueden ser falsas. A veces, como en este caso, la falta de libertad es algo contraintuitivo, como suele expresarse en inglés, pero los experimentos indican que, efectivamente, estamos determinados, como el resto del Universo, por las leyes deterministas de la Naturaleza.

Si asumiésemos, como hacen los dualistas, la existencia de un alma inmaterial que interacciona con la materia, en este caso el cerebro, entonces no habría ningún problema. Ese dualismo, que se remonta a los órficos, que consideraban que el cuerpo (soma) era ‘sema’ (la tumba) del alma, y que influyeron decisivamente sobre Pitágoras y Platón, dando lugar a un dualismo que ha durado hasta nuestros días, hoy día la neurociencia lo ha superado.

Las facultades mentales, antes anímicas, son consideradas hoy por la inmensa mayoría de neurocientíficos producto del cerebro. El gran problema del dualismo es que no ha habido posibilidad de explicar cómo es posible que un ente inmaterial, el alma, interaccione con la materia.

La razón es que para interaccionar con la materia se requiere energía y un ente inmaterial, por definición, no tiene energía. Por tanto, esa interacción violaría las leyes de la termodinámica. Además, no se ha descubierto en el cerebro ninguna región de la que pueda decirse que se activa por algún factor externo al cerebro, como sería el caso si fuera activada por el alma. Por tanto, el alma no es ninguna hipótesis neurocientífica.

Algunos filósofos, llamados compatibilistas, aceptan el determinismo del Universo y también del hombre, pero lo compatibilizan con el libre albedrío, que, según ellos, tiene el ser humano. La mayoría confunde lo que en biología llamamos ‘grados de libertad’ con la liberta propiamente dicha.

Todos los animales poseen diferentes grados de libertad, es decir, posibilidades de elegir entre varias opciones. El número de opciones depende del grado de encefalización del animal en cuestión. Nosotros tenemos muchos más grados de libertad que un perro, y éste más que un lagarto, y éste, a su vez, más que una ameba. Pero la posibilidad de escoger entre varias opciones no nos dice por qué elegimos la que elegimos, o, con otras palabras, si esta elección es voluntaria y consciente. En suma, poseer grados de libertad no significa ser libres.

El problema de la libertad es que está íntimamente ligada a la responsabilidad, la culpabilidad, la imputabilidad y el pecado. Este último es la base de las tres religiones abrahámicas: judaísmo, cristianismo e islamismo. El concepto de culpabilidad es también la base del derecho penal internacional.

Neurociencias y Derecho


Esto explica por qué en Alemania, algunos especialistas en derecho penal están reclamando la revisión del código penal para adecuarlo a los resultados de la neurociencia. Evidentemente no vamos a cambiar los castigos que hay que infligir a aquellos que transgredan las reglas que la propia sociedad se ha impuesto a sí misma. Seguiremos encarcelando a aquéllos que violen esas reglas. Pero lo que sí va a cambiar será la imagen que tenemos tanto de esos criminales como de nosotros mismos.

Que la libertad pueda ser una ficción no nos llama mucho la atención. Hace tiempo que sabemos que los colores no existen en la Naturaleza. En ella encontramos diversas longitudes de onda del espectro luminoso. Estas longitudes de onda inciden sobre fotorreceptores que poseemos en la retina y los impulsos nerviosos, llamados potenciales de acción, que son exactamente iguales que los provenientes del oído o del tacto, llegan a la corteza visual y allí se les atribuye una determinada cualidad, como la de rojo, azul o verde. Los colores, pues, son atribuciones de la corteza cerebral, pero no cualidades que existan en la Naturaleza. Algo que ya sabía Giambattista Vico, filósofo napolitano del siglo XVII, o el propio Descartes.

Para terminar quisiera citar a dos personalidades: un filósofo, Baruch Spinoza que sobre este tema decía: Los hombres se equivocan si se creen libres; su opinión está hecha de la consciencia de sus propias acciones y de la ignorancia de las causas que las determinan.

Y la de un científico, Albert Einstein: “El hombre puede hacer lo que quiera, pero no puede querer lo que quiera”. Y también: El hombre se defiende de ser considerado un objeto impotente en el curso del universo, pero, ¿debería la legitimidad de los sucesos, tales como se revela más o menos claramente en la naturaleza inorgánica, cesar su función antes las actividades de nuestro cerebro?.

Un psicólogo alemán, Wolfgang Prinz ha acuñado la frase: No hacemos lo que queremos, sino que queremos lo que hacemos.

F. J. Rubia es Catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, y también lo fue de la Universidad Ludwig Maximillian de Munich, así como Consejero Científico de dicha Universidad. Este texto fue leído por su autor en el encuentro de bloggers de Tendencias21, celebrado en Madrid el pasado 21 de noviembre. F.J. Rubia es el editor del blog Neurociencias de Tendencias21.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Desligar la Percepción del "Yo" de la Ubicación Espacial del Propio Cuerpo

11 de Septiembre de 2009. Foto: PLoSCuando sentimos que somos tocados, usualmente alguien o algo nos está tocando físicamente, y percibimos que estamos ubicados en el mismo lugar que nuestro cuerpo. Unos neurocientíficos en la Escuela Politécnica Federal de Lausana (Suiza) han analizado en una nueva investigación la relación entre la autoconciencia corporal y la forma en que se representan espacialmente los estímulos de tacto en los humanos. Y han descubierto que las sensaciones de tacto se pueden sentir y ubicar allí donde se ve un cuerpo "virtual". Este hallazgo proporcionará nuevas estrategias para reforzar la percepción sensorial en los sistemas de Realidad Virtual y para crear mundos virtuales más vívidos y realistas.

En su investigación anterior, el laboratorio del profesor Olaf Blanke en la Escuela Politécnica Federal de Lausana encontró que se puede alterar la conciencia de nuestro propio cuerpo (el sentido de autoidentificación y autoubicación) en personas sanas bajo ciertas condiciones experimentales, produciendo sensaciones similares a las que se sienten en las experiencias descritas como "extracorporales".

Varios estudios anteriores mostraron que si se coloca una mano de goma de forma tal que se extienda desde el brazo de una persona y oculte de la vista su mano real, y se tocan a la vez su mano real y la mano de goma, a la persona le parece sentir el contacto en el lugar donde ve que se toca la mano de goma. Este efecto y la "pertenencia" experimentada de la mano de goma se conocen como la "ilusión de la mano de goma".
Los autores del nuevo estudio buscaron expandir esta investigación para ver si la percepción del tacto varía cuando los humanos experimentamos la sensación de poseer un cuerpo virtual completo. Ellos diseñaron una tarea de comportamiento innovadora en la cual los participantes en el experimento tuvieron que tratar de detectar dónde se manifestaban unas vibraciones en su cuerpo. Al mismo tiempo, los participantes veían su propio cuerpo mediante una pantalla sujetada en su cabeza. Esta pantalla estaba conectada a una cámara que filmaba al participante desde dos metros atrás. Los participantes tenían que ignorar destellos de luz que aparecían en su cuerpo cerca de los dispositivos de vibración. A los sujetos se les indujo la sensación de que estaban ubicados en la posición donde veían su cuerpo, o sea, a dos metros en frente de ellos.

Se comprobó que el mapa de las sensaciones de tacto estaba alterado durante la ilusión de cuerpo completo. La comprobación se basó en medir cuánto interferían los destellos de luz en la percepción de las vibraciones. El mapa del tacto en el espacio estaba desplazado hacia el cuerpo virtual cuando los sujetos sentían que ellos estaban ubicados en el cuerpo virtual que veían.

Este estudio demuestra que ciertos cambios cruciales en la autoconciencia (¿Dónde me encuentro? y ¿Cuál es mi cuerpo?) están acompañados por cambios en la ubicación física que creemos que ocupa una parte de nuestro cuerpo sometida a sensaciones táctiles.

Estos datos revelan que los mecanismos cerebrales de procesamiento multisensorial son vitales para la experiencia consciente del "Yo" y pueden ser manipulados científicamente para hacer que una persona sienta que su cuerpo es el de un avatar digital, el de un robot controlado por telepresencia, o el de otras máquinas.

Información adicional en: