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lunes, 7 de junio de 2010

La Sensibilidad del Olfato en las Personas Invidentes


4 de Junio de 2010. Foto: U. MontrealUn estudio realizado por Mathilde Beaulieu-Lefebvre, del Departamento de Psicología de la Universidad de Montreal, ha refutado el mito de que las personas invidentes tienen un sentido del olfato más agudo que las demás. Según los resultados de esta investigación, la pérdida de visión simplemente hace que las personas invidentes presten más atención a cómo perciben los olores. Sin embargo, su capacidad de concentrarse en los olores y procesarlos sí es superior a la de las personas videntes.
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"Si usted entra en una sala en la que se prepara café caliente, rápidamente mirará a la máquina de hacer café. Las personas invidentes que entren en la misma sala sólo tendrán el olor del café como información", explica Beaulieu-Lefebvre. "Ese olor será por tanto muy importante para su representación espacial".

En el estudio, desarrollado en tres pasos, participaron 25 individuos, 11 de los cuales eran invidentes desde su nacimiento. Los participantes respondieron un cuestionario y fueron sometidos a dos experimentos. En uno, tenían que diferenciar entre 16 perfumes diferentes. En el otro, debían identificar tres olores: el de una rosa, el de la vainilla y el del butanol (un alcohol dulzón).

Aunque las personas invidentes no posean mejor olfato que las videntes, sí están por encima de éstas últimas en cuanto a capacidad de esfuerzo cognitivo, tal como indica Maurice Ptito, profesor de la Escuela de Optometría de la Universidad de Montreal.

Valiéndose de escaneos cerebrales, el equipo determinó que las personas invidentes usan su corteza olfatoria secundaria más que las videntes cuando aprecian un olor. También emplean la corteza occipital, la cual normalmente se utiliza para la visión. Esto significa que las personas invidentes aprovechan esa parte de su cerebro, reorganizada y adaptada para un uso distinto al original.

Información adicional en:

jueves, 29 de abril de 2010

LESIONES CEREBRALES Y MERMA DE LA CAPACIDAD OLFATIVA

Neurología
Miércoles, 28 de Abril de 2010 14:16

Tras cierta clase de lesión cerebral, hasta ahora considerada sin efectos serios, hay probabilidades de perder el sentido del olfato y el del gusto, o de sufrir alteraciones en los mismos, según se ha verificado en un nuevo estudio realizado por científicos de la Universidad de Montreal y otras Instituciones.

Foto: IStock


El estudio demuestra claramente que el déficit olfativo puede aparecer en pacientes afectados por lesiones cerebrales traumáticas leves, del mismo modo en que puede hacerlo tras lesiones moderadas o graves.

El equipo de Maurice Ptito y Audrey Fortin reclutó a 49 personas con lesiones cerebrales traumáticas (el 73 por ciento hombres con una edad promedio de 43 años) que completaron un cuestionario y se sometieron a dos pruebas olfativas tendentes a medir su pérdida del olfato.

Los resultados: El 55 por ciento de los sujetos tenía alterado el sentido del olfato, mientras que el 41 por ciento de los participantes no eran conscientes de su déficit olfativo.

Los investigadores también descubrieron que los pacientes con lesiones frontales eran más propensos a mostrar disfunciones olfativas.

El olfato desempeña un papel vital en nuestras vidas, pues influye en lo que comemos, y nos puede ayudar a detectar fugas de gas o incendios. También tiene un gran impacto en las relaciones interpersonales, pues los trastornos de este sentido se han asociado con una mala calidad de vida, la depresión, los cambios anómalos de humor, las preocupaciones excesivas sobre la higiene personal, la pérdida de apetito y las dificultades para cocinar.

En resumen, las disfunciones olfativas tienen un impacto negativo en la vida cotidiana, la salud y la seguridad. Por eso, es importante prestar atención a este síntoma, una vez se haya estabilizado el estado del paciente tras una lesión cerebral traumática.

Scitech News

LESIONES CEREBRALES Y MERMA DE LA CAPACIDAD OLFATIVA

Neurología
Miércoles, 28 de Abril de 2010 14:16

Tras cierta clase de lesión cerebral, hasta ahora considerada sin efectos serios, hay probabilidades de perder el sentido del olfato y el del gusto, o de sufrir alteraciones en los mismos, según se ha verificado en un nuevo estudio realizado por científicos de la Universidad de Montreal y otras Instituciones.

Foto: IStock


El estudio demuestra claramente que el déficit olfativo puede aparecer en pacientes afectados por lesiones cerebrales traumáticas leves, del mismo modo en que puede hacerlo tras lesiones moderadas o graves.

El equipo de Maurice Ptito y Audrey Fortin reclutó a 49 personas con lesiones cerebrales traumáticas (el 73 por ciento hombres con una edad promedio de 43 años) que completaron un cuestionario y se sometieron a dos pruebas olfativas tendentes a medir su pérdida del olfato.

Los resultados: El 55 por ciento de los sujetos tenía alterado el sentido del olfato, mientras que el 41 por ciento de los participantes no eran conscientes de su déficit olfativo.

Los investigadores también descubrieron que los pacientes con lesiones frontales eran más propensos a mostrar disfunciones olfativas.

El olfato desempeña un papel vital en nuestras vidas, pues influye en lo que comemos, y nos puede ayudar a detectar fugas de gas o incendios. También tiene un gran impacto en las relaciones interpersonales, pues los trastornos de este sentido se han asociado con una mala calidad de vida, la depresión, los cambios anómalos de humor, las preocupaciones excesivas sobre la higiene personal, la pérdida de apetito y las dificultades para cocinar.

En resumen, las disfunciones olfativas tienen un impacto negativo en la vida cotidiana, la salud y la seguridad. Por eso, es importante prestar atención a este síntoma, una vez se haya estabilizado el estado del paciente tras una lesión cerebral traumática.

Scitech News

martes, 5 de enero de 2010

Comprueban plasticidad del cerebro en la memoria



Un equipo de investigadores identificó los cambios morfológicos que ocurren en el cerebro de las abejas a medida que van formando su memoria olfativa de largo plazo. Los resultados obtenidos abren nuevas perspectivas para la comprensión de los mecanismos generales de la memoria de los humanos y de otras especies. Imagen: estracto de la portada de la revista Learning & Memory.

(Agencia CyTA-Instituto Leloir. Por Bruno Geller).- Fueron identificados los cambios estructurales que se generan en el cerebro de las abejas a medida que se va formando su memoria olfativa de largo plazo. Así lo revela un estudio publicado en la edición de diciembre de 2009 de la revista científica Learning & Memory.

El trabajo consistió en analizar cambios en la morfología del lóbulo antenal, región cerebral especializada en el procesamiento de los olores en los insectos. Teniendo en cuenta las semejanzas de forma y función entre el lóbulo antenal y el bulbo olfatorio de los vertebrados, los resultados del estudio abren nuevas perspectivas para la comprensión de los mecanismos generales de la memoria.

¿Qué cambios estructurales se producen a nivel neurológico a medida que se forma la memoria en un cerebro que es capaz de aprender y recordar? Para responder esta pregunta, Benoît Hourcade y Emmanuel Perisse, tesistas en el Centro de Investigaciones sobre la Cognición Animal de Toulouse, Francia, que dirige el doctor Martín Giurfa, estudiaron la formación de la memoria olfativa de largo plazo de las abejas y, en forma paralela, analizaron los cambios morfológicos en el lóbulo antenal.

Memoria olfativa

En el laboratorio, una abeja inmovilizada en un soporte individual es capaz de aprender que un olor es seguido por una recompensa de solución azucarada que remplaza al néctar de las flores. Así, la abeja aprende a estirar la proboscis (o trompa) al olor dado ya que éste anticipa la llegada de la recompensa. Los autores del trabajo -publicado en Learning & Memory- entrenaron dos grupos de abejas: uno en el cual la asociación entre olor y recompensa fue posible, y otro, en el que olor y recompensa fueron ofrecidos pero separado en el tiempo a fin de evitar toda asociación.

“Las abejas del primer grupo formaron una memoria de largo plazo ya que tres días después del entrenamiento recordaban el olor aprendido. Las abejas del segundo grupo, en cambio, no poseían memoria alguna”, explicó a la Agencia CyTA el doctor Giurfa que también se desempeña como presidente del Área de Neurociencias del Consejo Nacional de Investigaciones de Francia (CNRS según sus siglas en francés). Y agregó: “El entrenamiento en sí sólo duró 50 minutos. Se las dejó tranquilas y luego de tres días fueron capaces de recordar el olor aprendido, mostrando así la formación de memoria a largo plazo.”

Los autores compararon los cerebros de las abejas de los dos grupos y centraron su atención en las estructuras que constituyen el lóbulo antenal denominadas glomérulos. En los insectos, como en los vertebrados, estos glomérulos se activan en combinaciones específicas propias a cada olor, señaló Giurfa quien se doctoró en la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la Universidad de Buenos Aires.

Los resultados del trabajo demostraron que paralelamente a la formación de la memoria de largo plazo, algunos glomérulos aumentaron de tamaño, cada uno de los cuales tiene una relación específica con determinados olores.

Resultado sorprendente

Dado que cada olor activa una combinación especifica de glomerulos (hay 160 glomérulos por lóbulo antenal en las abejas), se hubiese podido esperar que los glomérulos que aumentan su tamaño son aquellos que fueron activados por el olor aprendido, sin embargo no fue así, indicó Giurfa. “Otros glomérulos, distintos para cada olor entrenado, fueron aquellos que mostraron un aumento importante de tamaño. Pensamos que la explicación esta en el ‘cableado’ (o conexiones laterales) existente entre los glomérulos del lóbulo antenal: estas son inhibitorias y excitatorias. Esto significa que activar un glomérulo podría desinhibir un glomérulo adyacente provocando en éste un crecimiento mayor que en el activado por el olor”, destacó el científico que recibió en 2007 la medalla de plata del Consejo Nacional de Investigaciones de Francia por la calidad de su trabajo, reconocido a nivel nacional e internacional.

Para Giurfa lo notable de este estudio es que “los insectos forman memorias a largo término como nosotros y que su cerebro se modifica en virtud de ello. Por otra parte, las estructuras involucradas, en este caso el lóbulo antenal, presentan paralelos notables en forma y función con nuestras propias estructuras cerebrales especializadas en el tratamiento de olores (el bulbo olfativo). Desde ya, se podría pensar que estos aumentos de tamaño son un mecanismo general presente en vertebrados, y que podría estar asociado ya sea a la generación de nuevas neuronas, o al aumento de contactos sinápticos (comunicación entre neuronas), fruto de la memorización. Estamos estudiando justamente esto”, señaló.

Como en toda investigación, todavía quedan varios interrogantes sin respuesta. “Si los glomérulos aumentan, debería haber un mecanismo que los retrotraiga a su talla de origen: ¿cómo y por qué? Un cerebro no puede estar creciendo continuamente. ¿Cómo se regulan estos cambios plásticos? ¿Desaprendiendo? La historia continua”, aseguró el doctor Giurfa.



Crédito: revista Learning & Memory. El trabajo fue portada de la revista Learning & Memory. En la imagen se visualizan glomérulos (estructuras del lóbulo antenal de las abejas), algunos de los cuales han aumentado de tamaño como resultado de la formación de la memoria olfativa de largo plazo.

viernes, 25 de diciembre de 2009

¿Cuántas narices tenemos?

Nuestras narices proceden del aparato respiratorio de los peces que normalmente está constituido por cuatro «narices». Dos en la parte frontal por la que entra el agua y dos un poquito por detrás por las que sale. Aunque parezca mentira nosotros conservamos esas cuatro narices.

-¿Qué pasa, Félix, estás de broma? Yo solo tengo una nariz; eso sí, con dos «agujeros». A lo sumo te admito que tenemos dos narices, pero no cuatro.

El caso es que si nos fijamos en la anatomía de nuestro sistema respiratorio nos encontramos con esto:

Ruego que tefijéis en la flecha que pone coana. La parte final de las fosas nasales se llama coana, a veces también le dan el nombre de nariz (o narices) traseras o posteriores.

«Narices traseras», por lo tanto tenemos dos narices delanteras y dos narices traseras. En total cuatro. Las coanas proceden de las aperturas traseras –por donde sale el agua– del aparato olfativo de los peces. La mayor parte de los peces en cada lado de la cara tienen dos orificios que podríamos llamar narices pues sirven para oler. El agua entra por el delantero, va a un órgano olfatorio y sale por el orificio trasero. Sus narices sirven para oler pero no para respirar.

(Celacanto en el que se ven muy bien las narices delanters y traseras. Las flechas se han puesto sobre una foto de roncaglia en Flickr. Licencia CC)

Hay consenso entre los científicos en que los dos orificios olfativos delanteros de los peces se convirtieron en nuestra nariz. Pero para poder transformarse en aparato respiratorio tuvieron que ocurrir otras muchas cosas; entre otras, que algo uniera las cavidades nasales con los pulmones; la solución es la coana. ¿Pero, de dónde procede la coana? Una posibilidad barajada por los científicos era que se trataba del orificio posterior del aparato olfativo de los peces, que tuvo que haber migrado hasta la parte trasera del paladar y para ello tendría que haber atravesado los dientes. Para muchos científicos eso era imposible.

En el año 2004 científicos suecos y chinos encontraron varios fósiles de un pez que vivió hace unos 400 millones de años. Era un pariente del famoso celacanto, pero éste, un pez fósil, que todavía vive, tiene los dos orificios olfativos en la cara. Sin embargo los fósiles recién encontrados, a los que dieron el nombre de Kenichthys campbelli, tenía el orificio olfativo posterior entre los dientes. Las narices traseras del pez estaban en el labio superior, no en el frente sino un poco lateral –exactamente entre el maxilar y premaxilar–. Algo así como si nosotros tuviéramos dos fosas nasales en los espacios que hubiera entre los dientes delanteros (incisivos) y los caninos.

(PM=Pre-Maxilar, M=Maxilar)

(El equivalente humano sería éste)

Es decir, era la prueba de que el orificio trasero del aparato olfativo de los peces podía atravesar los dientes. Había empezado su camino hacia la parte trasera del paladar.

El Kenichthys campbelli es un antecesor directo de los animales terrestres. Era capaz de respirar tanto en el agua como en el aire. Para hacerlo tenía dos pares de narices, unas para el aire y otras para el agua. Las del aire estaban en la parte alta de la boca, salientes, como las narices de los cocodrilos, y el otro par estaba en el labio superior, entre los dientes delanteros. Eran coanas primitivas. Es decir, se había encontrado el fósil que demostraba la migración.

Así que hoy podemos decir que nuestras dos narices posteriores (las coanas) proceden de los orificios olfativos traseros de los peces y que jugó un importante papel para que nuestras narices tuvieran dos misiones: oler y respirar.

Más información:

El artículo original de Nature estan aquí pero solo hay acceso gratuito al absctract.

En el enlace siguiente, en inglés, hay un buen resumen del artículo de Nature y se puede acceder libremente: http://www.innovations-report.com/html/reports/life_sciences/report-35750.html

miércoles, 16 de diciembre de 2009

LAS PECULIARIDADES DE LOS RECUERDOS DE OLORES


Algunos olores pueden evocar fuertes recuerdos de forma espontánea, como por ejemplo el de ese plato de la cocina familiar que tanto nos gustaba en la niñez. Un grupo de científicos del Instituto Weizmann de Ciencia ha revelado ahora las bases científicas de esta conexión.

Yaara Yeshurun, junto con Noam Sobel y Yadin Dudai del Departamento de Neurobiología del instituto, pensaron que la clave no se hallaba necesariamente en una época concreta de la vida de la persona, sino más bien en la primera vez que un olor es percibido en el contexto de un determinado objeto o suceso. En otras palabras, la asociación inicial de un olor con una experiencia, de alguna manera dejará una impresión única y duradera en el cerebro.

Para poner a prueba esta idea, los científicos diseñaron un experimento. En primer lugar, en un laboratorio, los individuos observaban las imágenes de 60 objetos, cada una acompañada de un olor agradable o desagradable, generado en una máquina llamada olfatómetro. A continuación, los sujetos eran examinados con un escáner fMRI para medir su actividad cerebral mientras volvían a ver las imágenes que habían observado antes y trataban de recordar qué olor se asociaba con cada una. Luego, toda la prueba se repetía (imágenes, olores y fMRI) con las mismas imágenes, pero acompañadas por olores diferentes a los de la primera vez. Por último, los individuos volvían al laboratorio una semana después, para ser escaneados mediante fMRI nuevamente. Contemplaban los objetos una vez más y se les pedía que recordaran los olores con los que estaban asociados.

Los científicos descubrieron que, tras una semana, aún cuando el sujeto recordara con igual facilidad ambos olores, la primera asociación presentaba un patrón distintivo de actividad cerebral. El efecto se notaba independientemente de que el olor fuera agradable o desagradable. Esta representación única se registraba en el hipocampo, una estructura cerebral relacionada con la memoria, y en la amígdala, una estructura cerebral relacionada con las emociones. El patrón era tan claro que permitió a los científicos predecir qué asociaciones serían recordadas por el sujeto, con sólo examinar la actividad cerebral en esas regiones después de la exposición inicial.

Para averiguar si otras experiencias sensoriales podían presentar esta pauta, los científicos repitieron el experimento usando sonidos en vez de olores, y descubrieron que los sonidos no suscitaban un patrón de actividad distintivo y asociado a la primera percepción. En otras palabras, el fenómeno constatado con los olores es exclusivo del sentido del olfato. Por alguna razón, la primera asociación a un olor queda grabada de manera especial en la memoria.

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