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viernes, 25 de marzo de 2011

Sonar naval desorienta y encalla a las ballenas


Sonar naval desorienta y encalla a las ballenas
Foto: Rastreador por satélite colocado en un macho de ballena picuda de Blainville registra la reacción al sonar naval y a otros sonidos. Foto de Ari S. Friedlaender, de la Marina de los Estados Unidos.
Por Kieran Mulvaney

En 1996, doce ballenas picudas de Blainville encallaron en la costa oeste de Grecia. Tres años después, cuatro más encallaron en las Islas Vírgenes y otras tres en la Isla de Madeira al año siguiente. En el 2002, 14 ballenas de tres especies diferentes también encallaron en las Islas Canarias.
Los eventos no tenían nada de infrecuente, puesto que por razones aún desconocidas, muchas especies de ballenas encallan ocasionalmente en aguas bajas. Sin embargo, en todos y cada uno de estos casos concretos (y en otros posteriores), había un elemento en común: embarcaciones de la marina norteamericana o de la OTAN se encontraban probando sonares de baja y media frecuencia. Debido a la extrema importancia del sonido para muchos cetáceos, numerosos investigadores especularon con la posibilidad de que el ruido emitido por el sonar fuera el responsable, directo o indirecto, de los encallamientos.
Según el Consejo de Defensa de los Recursos Naturales de los Estados Unidos (NRDC, por sus siglas en inglés), “muchas de estas ballenas encalladas sufren traumas físicos, incluyendo hemorragias en sus oídos, cerebro y tejidos, y grandes problemas en sus órganos. Estos síntomas son compatibles con la enfermedad de la descompresión, que puede matar a los buceadores que emergen con demasiada rapidez. Los científicos creen que los pulsos del sonar de media frecuencia pueden llevar a determinadas ballenas a cambiar sus patrones de buceo, causando heridas debilitantes e incluso fatales”.
En el 2005, el NRDC inició un proceso judicial, alegando que la utilización de sonares representaba una amenaza para los cetáceos y violaba, entre otras leyes norteamericanas, la Ley de Protección de los Mamíferos Marinos, la Ley de Política Ambiental Nacional y la Ley de Especies Amenazadas. Aunque la Corte Federal de Los Ángeles ordenó a la Marina que adoptara una serie de medidas de seguridad para proteger a las ballenas, los oficiales de la Marina recurrieron a la Corte Suprema, que en el 2008 derogó dos de sus medidas de protección, manteniendo las restantes.
Las investigaciones sobre el impacto de los sonares en los cetáceos continúan; y un nuevo estudio apoyó las primeras evidencias concretas de que estos dispositivos realmente afectan al comportamiento de al menos una especie de cetáceos.
En un artículo de la revista científica PLoS One, Peter Tyack, del  Instituto Oceanográfico Woods Hole, describe un estudio realizado en el Centro de Evaluación de Pruebas Submarinas en el Atlántico, concretamente en las Bahamas. Su equipo instaló micrófonos debajo del agua para escuchar los “estallidos” emitidos por las ballenas picudas de Blainville mientras se servían de la denominada eco-localización para encontrar a sus presas.
“Basándose en estos estallidos, los investigadores detectaron que aproximadamente dos decenas de ballenas se alimentaban en el perímetro de las pruebas de la Marina. Pero en cuanto comenzaron los ejercicios con el sonar, los estallidos comenzaron a desaparecer, sugiriendo que las ballenas habían interrumpido su caza y se habían alejado varios kilómetros del sonido. Cuando los ejercicios se detuvieron, las ballenas regresaron al lugar, probablemente por tratarse de una zona de alimentación fija, describió Tyack.
Además de ello, los investigadores instalaron rastreadores por satélite en varias ballenas para determinar su localización cuando fueran alcanzadas por el sonar, el nivel del sonido y la profundidad a la que habían descendido los animales. También reprodujeron otras grabaciones, como vocalizaciones de las orcas y sonidos parecidos a los emitidos por los sonares de la Marina, descubriendo que las ballenas reaccionaban de forma similar.
"Resulta obvio que aquellas ballenas salieran rápidamente del camino”, afirmó Ian Boyd, de la Universidad de St. Andrews de Escocia, uno de los coautores del estudio. "Sabemos que, en algunas circunstancias poco comunes, ellas son simplemente incapaces de huir y acababan encallando y muriendo”.

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