Alguna vez nos hemos acostado pensando a qué hora deberíamos despertarnos y, aunque no tuviéramos despertador a mano, hemos abierto los ojos justo a esa hora. ¿Eso significa que el cerebro sabe qué hora es?
En 1940, los psicólogos creían que teníamos semejante control del tiempo gracias a una versión básica de un cronómetro que contaba una serie de movimientos regulares fijos, como impulsos cerebrales. Pero nuestro cerebro mide el tiempo de una forma más alambicada.
Dean Buonomano, un profesor de Neurobiología y Psiquiatría de la UCLA, argumenta que, cada vez que el cerebro procesa un evento sensorial, como el piar de un pájaro, por ejemplo, se dispara una cascada de reacciones entre las células cerebrales y sus conexiones. Cada una de ellas deja una huella que permite al cerebro recomponer la información y codificar el tiempo.
Para entenderlo mejor hay que pensar en lo que sucede en un estanque cuando lanzamos una piedra. Cuanto más lejos lleguen las ondas del agua, más tiempo han tardado en esfumarse. Pues bien, cuando oímos, siguiendo con el ejemplo, dos píos de un pájaro, el primero da lugar a un pico de tensión en algunas neuronas auditivas, que a su vez provoca que otras neuronas se exciten también.
Las señales reverberan entre las neuronas durante medio segundo, del mismo modo que cuando arrojamos la piedra en el estanque, las ondas se extienden hasta desaparecer.
Cuando se produce el segundo pío, las neuronas todavía no se han reestablecido. Como resultado, el segundo crea un sonido diferente al patrón del sonido inicial. Y nuestra sensación será la de una sucesión de sonidos rápida. Porque cada acontecimiento es codificado teniendo en cuenta los anteriores.
Por otra parte, Warren Meck, experto neurólogo de la Universidad de Duke, en EE.UU, asegura que nuestro cerebro tiene tres formas de medir el tiempo. En primer lugar, están los ritmos circadianos, es decir, los que controlan el sueño, la vigilia, etc. Luego está nuestra habilidad para medir milisegundos, que es el sistema más útil para la realización de acciones de psicomotricidad fina. Y, por último. Está la que mide los lapsos de tiempo, que van desde unos segundos hasta algunos minutos.
Tenemos una especie de ritmómetro biológico que recoge las señales relacionadas con el tiempo de todo el cerebro y coordina si se producen simultáneamente y se refieren a acontecimientos o percepciones singulares.
Meck cree que esta función de coordinación la lleva a cabo una estructura en el cerebro medio cargada de neuronas espinosas (llamadas así porque tienen muchas ramificaciones a modo de espinas).
Sin embargo, la velocidad con la que miden el paso del tiempo estas neuronas se puede modificar. Parece ser que el detonante de que estas neuronas espinosas se pongan en funcionamiento se encuentra en la dopamina. Si se añade dopamina a este cronómetro, el tiempo va más deprisa.
Esto podría explicar la hiperactividad. O el hecho de que, cuando envejecemos, el tiempo nos pasa más deprisa: a mayor edad, se reduce la cantidad de dopamina de nuestro organismo. Y también explicaría que algunas drogas nos aceleren, como la cocaína, y otras nos ralenticen el tiempo, como la marihuana.
Después de todo, el cerebro es un buen reloj, aunque pueda modificarse su velocidad. Como jocosamente explica Eduardo Mendoza en su novela El misterio de la cripta embrujada:
Con este consuelo me metí en la cama y traté de dormirme repitiendo para mis adentros la hora en que quería despertarme, pues sé que el subconsciente, además de desvirtuar nuestra infancia, tergiversar nuestros afectos, recordarnos lo que ansiamos olvidar, revelarnos nuestra abyecta condición y destrozarnos, en suma, la vida, cuando se le antoja y a modo de compensación, hace las veces de despertador.
Vía | ¿Cuánto pesa la Tierra? De Ana Pérez Martínez
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