El mundo natural deja un registro en forma de anillos en los árboles. Esos anillos de crecimiento pueden ser leídos como un libro abundante en detalles, y cubriendo un extenso período de la historia humana. Ahora, un equipo de investigadores ha correlacionado la enigmática caída de Angkor, la capital del Imperio Jemer, en Camboya, con una sequía que se prolongó durante décadas, interrumpida puntualmente por intensos monzones, todo ello en los siglos XIV y XV.
Diversos monarcas se sucedieron en el gobierno del área de Angkor desde aproximadamente el año 800 de nuestra era, produciendo las valiosas obras arquitectónicas y esculturas conservadas ahora como Patrimonio de la Humanidad. En el siglo XIII, la civilización ya estaba en declive, y la mayor parte de Angkor fue abandonada a principios del siglo XV, excepto Angkor Wat, el templo principal, que permaneció ahí como santuario budista.
Brendan Buckley (del Observatorio de la Tierra Lamont-Doherty, perteneciente a la Universidad de Columbia), y sus colegas, han encajado las piezas de un registro de alta resolución de períodos de sequía y humedad en el Sudeste Asiático, que abarca tres cuartos de milenio, desde 1250 hasta 2008.
De un modo parecido a la visión de conjunto que ofrecen las imágenes tomadas por los satélites, grandes conjuntos de información como esta serie de datos provenientes de los anillos de los árboles sacan a la luz patrones, tendencias y fenómenos que de otro modo pasarían desapercibidos, ya que en este caso son más extensos que la vida de una persona. De hecho, su extensión es propia de la escala de vida de las civilizaciones.
Angkor era una ciudad que dependía muchísimo del agua. Buckley y sus colegas han desvelado que de mediados a finales del siglo XIV la zona experimentó unas condiciones persistentemente secas que abarcaron décadas, seguidas por varios años de condiciones severamente húmedas, que debieron causar daños graves a las infraestructuras de la ciudad.
Después, una sequía más breve pero más acentuada, a principios del siglo XV, pudo ser la gota que colmó el vaso, superando lo máximo que este complejo urbano podía resistir.
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