No existe la política en general, siempre se trata de "mi política", procesada por los patrones neuronales de mi cerebro y activada a través de las decisiones que articulan mis emociones y mi capacidad cognitiva, transmitida mediante mis sentimientos.
Manuel Castells es uno de los científicos sociales más citados en el mundo, y desde luego el más influyente teórico de la sociedad de las redes. Su último libro, Comunicación y poder (Alianza editorial, 2009) seguramente está entre los mejores nunca escritos sobre este tema. En el capítulo 3, Redes de mente y poder, Castells se atreve a tender un puente naturalista entre la ciencia social y la neurociencia, entre la mente y el poder político, basándose sobre todo en las teorías de Antonio y Hanna Damasio, y en las de sus colegas en Berkeley George Lakoff y Jerry Feldman.
Como ha mostrado justamente Lakoff, la neurociencia cognitiva tiene mucho que informar a la teoría política porque nuestro cerebro piensa con metáforas, accesibles desde el lenguaje articulado, pero que en último análisis son estructuras físicas del cerebro.
El cerebro experimenta la política fundamentalmente como emoción, y la formación de emociones políticas tiene lugar mediante el fortalecimiento de determinadas sinapsis dentro de redes neurales, fenómeno que los neurocientíficos llaman "reclutamiento neuronal". Esto es algo que ocurre cada vez que un militante se entusiasma en el mitin de su candidato o partido, o cada vez que los individuos inclinados hacia una ideología consumen los producos políticos a menudo convertidos en infoentretenimiento partidista (columnas periodísticas, informativos de TV, tertulias políticas, etc). La cognición está íntimamente unida a la emoción: "No es que el razonamiento se vuelva irrelevante, sino que las personas tienden a seleccionar la información que favorece aquella decisión que se sienten inclinados a tomar."
Dicho a modo de resumen, el proceso de tomar una decisión política tendría que ver con el razonamiento enmarcado en narraciones y estimulado por emociones que funcionan como "marcadores somáticos" (Damasio). Una de las conclusiones más interesantes de este tipo de teoría política combinada con neurociencia cognitiva es precisamente el convencimiento de que el análisis racional tiene mayores posibilidades de emerger en situaciones dominadas por la ansiedad y el miedo, como una situación de gran crisis, porque el entusiasmo tiende a eclipsar el juicio crítico de los seguidores y votantes. Si bien, por desgracia, "incluso en una crisis económica lo que organiza el pensamiento y la práctica política del agente es la respueste emocional personal y no un cálculo razonado sobre cómo responder mejor a la crisis".
El vasto esfuerzo teórico de Castells a lo largo de los años, me parece, es imprescindible para identificar los trucos de magia de la política mediática de hoy, con su descarada tendencia a la política del escándalo, la personalización de los candidatos que ahoga el análisis ideológico y la difamación sistemática como instrumento orientado a eclipsar el juicio crítico de los ciudadanos, que sólo en raras ocasiones pueden o deciden comportarse como "votantes escépticos". Los políticos demagogos, los expertos en marketing y comunicación política, los "periodistas" y líderes de opinión sin escrúpulos, podrían ser vistos, de esta perspectiva, como verdaderos explotadores y colonizadores de nuestro cerebro político.
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