Unos investigadores de las universidades de Florida y Winnipeg han desarrollado la primera imagen detallada del cerebro de un primate primitivo, revelando sorprendentemente que los primos de nuestros primeros ancestros primates dependían más del olfato que de la vista.
El análisis de un cráneo bien conservado de 54 millones de años contradice algunas suposiciones comunes sobre la estructura del cerebro en los primeros primates y su evolución. El estudio también reduce las posibles causas que hicieron que los cerebros de los primates evolucionaran hacia tamaños mayores.
El cráneo pertenece a un grupo de primates conocidos como plesiadapiformes, los cuales evolucionaron en los 10 millones de años que siguieron a la extinción de los dinosaurios. El cráneo de cerca de 4 centímetros de largo fue descubierto totalmente intacto, lo que permitió a los investigadores hacer el primer molde virtual del cerebro de un primate primitivo.
La autora principal del estudio es Mary Silcox, antropóloga de la Universidad de Winnipeg e investigadora en el Museo de Historia Natural de la Universidad de Florida.
La mayoría de las explicaciones sobre la evolución del cerebro de los primates se basan en datos provenientes de los primates actuales. Ahora resulta que muchas de estas inferencias sobre cómo era el cerebro de los primeros primates son incorrectas.
El animal, Ignacius graybullianus, representa una rama lateral del árbol genealógico de los primates. Podemos pensar en él como un primo del linaje principal del que finalmente surgimos nosotros.
El Ignacius se alimentaba de modo similar a los primates modernos y también vivía en los árboles, aunque no saltaba de árbol en árbol como los rápidos primates modernos.
En muchos otros aspectos, el comportamiento del Ignacius era similar al de los primates modernos, pero su cerebro sólo alcanzaba entre la mitad y dos tercios del tamaño del cerebro del menor de éstos.
La evolución hacia un cerebro más grande se produjo durante un estallido evolutivo que se desató 10 millones de años después de la extinción de los dinosaurios. En ese punto, las partes del cerebro dedicadas al procesamiento de información visual se volvieron mucho más prominentes y los bulbos olfatorios se hicieron proporcionalmente menores.
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