Según los investigadores, los cerebros de muchas razas de perros de hocico corto han rotado hacia delante tanto como 15 grados, mientras que la región cerebral que controla el olor, se ha reubicado.
Las grandes variaciones en el tamaño y la forma del cráneo del perro son el resultado de más de 12.000 años de cría en busca de características funcionales y estéticas.
El descubrimiento de esta importante reorganización del cerebro canino hace que nos preguntemos sobre su impacto en el comportamiento del perro.
El equipo del Dr. Michael Valenzuela, formado por investigadores de la Universidad de Nueva Gales del Sur, Australia, y la Universidad de Sídney, utilizó imágenes obtenidas por resonancia magnética para examinar los cerebros de una amplia gama de razas. Descubrieron correlaciones fuertes e independientes entre el tamaño y forma del cráneo de un perro, y la rotación del cerebro y el posicionamiento del lóbulo olfativo.
Ningún otro animal ha contado con el nivel de afecto y compañerismo humanos como el perro, ni ha sido sometido a una influencia sistemática y deliberada en su biología a través de la cría. La propia diversidad canina sugiere un nivel notable de plasticidad en el genoma canino.
Tal como el Dr. Valenzuela indica, los canes parecen ser increíblemente sensibles a la intervención humana a través de la cría. Es asombroso que el cerebro de un perro pueda adaptarse a diferencias tan grandes en la forma del cráneo a través de este tipo de cambios. Es algo que no se ha registrado en otras especies.
El siguiente paso obvio en esta línea de investigación, será tratar de averiguar si estos cambios en la organización cerebral también están vinculados a diferencias sistemáticas en las funciones cerebrales de los perros.
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