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domingo, 7 de febrero de 2010

Qué pasa cuando a un entomólogo le da por hacer cine



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Hoy co­no­ce­mos a La­dis­las Sta­re­vich como ci­neas­ta y uno de los pio­ne­ros de la ani­ma­ción en stop-​mo­tion. Sin em­bar­go, en un prin­ci­pio, no fue­ron sus in­quie­tu­des ar­tís­ti­cas, sino cien­tí­fi­cas, las que lle­va­ron a este en­to­mó­lo­go a fil­mar los ví­deos de ani­ma­ción pro­ta­go­ni­za­dos por in­sec­tos, por los que hoy es co­no­ci­do.

Hacia 1910, Sta­re­vich era di­rec­tor del Museo de Hi­to­ria Na­tu­ral de Kau­nas, para el cual di­ri­gió cua­tro do­cu­men­ta­les cor­tos. En su quin­to pro­yec­to, que­ría fil­mar la lucha de dos lu­cá­ni­dos (es­ca­ra­ba­jos cier­vo), pero para ello ne­ce­si­ta­ba ilu­mi­nar sus ac­ti­vi­da­des. De­bi­do a los há­bi­tos noc­tur­nos de esta es­pe­cie, Sta­re­vich se en­con­tró con que, cada vez que se acer­ca­ba a ellos con un foco, los es­ca­ra­ba­jos, in­va­ria­ble­men­te, de­ci­dían echar­se a dor­mir (ac­ti­vi­dad mucho menos ci­ne­ma­to­grá­fi­ca). Sin em­bar­go, este pe­cu­liar di­rec­tor, no se dio por ven­ci­do. Ins­pi­ra­do por las Allu­met­tes ani­més (ce­ri­llas ani­ma­das) de Emil Cohl, otro pio­ne­ro de la ani­ma­ción, de­ci­dió con­ver­tir sus lu­cá­ni­dos, en ma­rio­ne­tas: se­pa­ró sus patas, man­dí­bu­las y ca­pa­ra­zón del cuer­po, vol­vió a pe­gar­los con cera, y, una vez mo­vi­bles, re­pro­du­jo la lucha de los ani­ma­les en stop-​mo­tion; fo­to­gra­ma a fo­to­gra­ma. Fruto de ello fue su pri­mer corto con bi­chos ani­ma­dos (pio­ne­ro de la ani­ma­ción en toda Rusia), Lu­ca­nus Cer­vus, de 1910.

Pero no sería el úl­ti­mo. En 1911 Sta­re­vich se mudó a Moscú para tra­ba­jar con la com­pa­ñía ci­ne­ma­to­grá­fi­ca de Alek­sandr Khanz­hon­kov. Allí gra­ba­ría do­ce­nas de ani­ma­cio­nes con ani­ma­les-​ma­rio­ne­ta. Al­gu­nos de ellos, le va­lie­ron in­clu­so el re­co­no­ci­mien­to del zar y la fama in­ter­na­cio­nal (se cuen­ta que, tras el es­treno de La bo­ni­ta lu­cá­ni­da, de 1912, un crí­ti­co in­glés ase­gu­ró que los in­sec­tos es­ta­ban vivos y amaes­tra­dos). Sin em­bar­go, su corto más co­no­ci­do de este pe­rio­do y, pro­ba­ble­men­te, de toda su ca­rre­ra fue La ven­gan­za del cá­ma­ra (Mest’ ki­ne­ma­to­gra­fi­ches­ko­go ope­ra­to­ra), film de 1912, pro­ta­go­nis­ta de esta en­tra­da, que narra la his­to­ria de in­fi­de­li­dad y celos de una pa­re­ja de es­ca­ra­ba­jos. Una te­má­ti­ca… pe­cu­liar, desde luego, aun­que sor­pren­den­te­men­te ig­no­ra­da por otros ci­neas­tas.

Tras la la Re­vo­lu­ción Rusa, La­dis­las Sta­re­vich huyó a Eu­ro­pa, para es­ta­ble­cer­se de­fi­ni­ti­va­men­te en París. Allí se­gui­ría ha­cien­do pe­lí­cu­las de ma­ne­ra in­de­pen­dien­te, aun­que fue aban­do­nan­do los bi­chos muer­tos y el humor negro ca­rac­te­rís­ti­co de sus pri­me­ras ani­ma­cio­nes, en pro de otro tipo cine más lí­ri­co, con per­so­na­jes y ma­rio­ne­tas más va­ria­dos. Sin em­bar­go, qui­zás por su em­pe­ño de tra­ba­jar en so­li­ta­rio, se acha­ca a sus pe­lí­cu­las de este pe­rio­do la falta de ritmo, me­tra­jes de­ma­sia­do lar­gos, de­ma­sia­do li­ris­mo poco com­pren­si­ble. Todo ello com­pen­sa­do, eso sí, con dosis in­gen­tes de ima­gi­na­ción.

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