Lunas pobladas por formas de vida, como Pandora en la reciente película "Avatar", son hoy ciencia-ficción, pero podrían dejar de serlo antes de lo creído. El telescopio espacial Kepler, en órbita desde Marzo de 2009, tiene la capacidad de detectar astros del tamaño de la Tierra hasta unos 500 años-luz de distancia de nosotros, y eso incluye lunas grandes alrededor de planetas gigantes. Además, tal como concluye la astrónoma Lisa Kaltenegger en un nuevo estudio, el Telescopio Espacial James Webb será capaz de analizar las eventuales lunas que sean descubiertas, y detectar gases cruciales para la vida como el oxígeno, el dióxido de carbono y el vapor de agua.
"Si Pandora existiera, podríamos potencialmente detectarla y estudiar su atmósfera en la próxima década", declara Lisa Kaltenegger, del Centro para la Astrofísica (CfA), gestionado conjuntamente por la Universidad de Harvard y el Instituto Smithsoniano.
Hasta recientemente, las búsquedas de planetas de otros sistemas solares han estado limitadas a la detección de planetas gigantes como Júpiter, de los cuales ya se conocen varios cientos. Los gigantes gaseosos, aunque fáciles de detectar, no podrían servir para sostener la vida, al menos tal como la conocemos. Sin embargo, una luna rocosa en órbita a un gigante gaseoso ubicado a la distancia idónea de su estrella (la que conlleva una temperatura que permite la existencia de agua líquida) sí podría resultar apta para albergar vida.
Todos los planetas gigantes gaseosos de nuestro sistema solar cuentan con lunas rocosas que además son ricas en hielo de agua en muchos casos. Eso hace suponer que los gigantes gaseosos de otros sistemas solares muy probablemente también posean lunas de esa clase a su alrededor. Algunas pueden tener masas comparables a la de la Tierra y ser capaces de retener una atmósfera.
La misión del Kepler es buscar planetas que, desde la dirección de observación del telescopio, crucen por delante de sus respectivas estrellas. Eso crea un minieclipse y atenúa el brillo de la estrella en un grado minúsculo pero detectable. Los tránsitos de este tipo duran unas pocas horas y requieren una alineación muy exacta de la estrella y el planeta a lo largo de la línea de visión terrestre. El Kepler examinará miles de estrellas, de manera que acabará por encontrar una cantidad significativa de soles con un planeta en tránsito.
Conociendo ya un planeta gigante gaseoso, los astrónomos pueden buscar lunas a su alrededor. La gravedad de un satélite es capaz de alterar, de modo sutil pero detectable, el movimiento de su planeta, de forma que puede acelerar o retardar su tránsito de maneras que delaten la existencia de esa luna.
Una vez hallada la luna, la siguiente cuestión a resolver es: ¿Tiene atmósfera? Si la posee, esos gases absorberán una fracción de la luz de la estrella durante el tránsito, dejando una huella sutil pero delatadora de la composición atmosférica del satélite.
Kaltenegger, tras calcular qué condiciones son las mejores para examinar las atmósferas de lunas de otros sistemas solares, ha llegado a la conclusión de que el sistema de Alfa Centauro A, escenario en la película "Avatar", sería un excelente objetivo para la búsqueda de satélites.
Alfa Centauro A es una estrella brillante y cercana, muy parecida a nuestro Sol, de manera que proporciona una señal clara y fácil de interpretar. Kaltenegger señala que bastarían unos pocos tránsitos para detectar la presencia de agua, oxígeno, dióxido de carbono y metano en una luna parecida a la Tierra, como lo es en "Avatar" el satélite Pandora. Tal como señala Kaltenegger, si esa luna de "Avatar" existiera de verdad, los astrónomos podrían detectarla y estudiarla en un futuro muy cercano mediante el Telescopio Espacial James Webb.
Aunque Alfa Centauro A es un prometedor objetivo de búsqueda de planetas o lunas habitables, las enanas rojas, muy abundantes, lo son en grado igual o incluso mayor. La zona orbital habitable (la que, por la temperatura reinante en ella, permite la existencia de agua líquida) está más cercana a la estrella en el caso de una enana roja, lo que incrementa la posibilidad de un tránsito.
Los astrónomos han debatido largamente sobre los problemas que podría acarrear para un planeta estar tan cerca de su estrella aunque la temperatura a esa distancia sea aceptable para la vida. La corta distancia de un planeta templado a su estrella enana roja influiría sobre su rotación de manera que ésta se amoldaría a la traslación y el planeta siempre le presentaría la misma cara a la estrella, como le sucede a la Luna con la Tierra. Aunque un buen régimen de vientos quizá podría repartir debidamente el calor entre la cara diurna y la nocturna, es obvio que un mundo con un hemisferio sumido en un día perpetuo y el otro en una noche perpetua, representa para la vida un mayor desafío que un mundo con una suficiente alternancia de días y noches.
Este problema de los planetas en la zona orbital habitable de una enana roja no lo sufrirían sus lunas. Una luna en tal escenario le presentaría siempre la misma cara a su planeta, pero no a la estrella, y por tanto tendría una alternancia normal de días y noches. La existencia de atmósfera también ayudaría a moderar las temperaturas. La vida vegetal podría poblar virtualmente toda la luna ya que tendría en la luz solar una fuente de energía accesible desde casi cualquier lugar de la superficie.
Debido a todas estas circunstancias, en la zona orbital habitable de una enana roja las lunas en órbita a planetas gigantes gaseosos tienen más probabilidades de albergar vida que los planetas rocosos o que las superTierras, dos tipos de planetas que se han considerado muy prometedores para acoger vida.
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