De nuevo, una pequeña joya de la investigación científica. En este caso ha corrido a cargo de Joshua Greene, profesor de psicología de la Facultad de Artes y Ciencias de la Universidad de Harvard, que ha conseguido establecer lo siguiente: las personas honestas (en su acepción de personas probas, rectas u honradas) no necesitan ningún esfuerzo volitivo para tener comportamientos... honestos (Neuroimaging suggests truthfulness requires no act of will for honest people). La investigación se ha llevado a cabo mediante técnicas de imagen por resonancia magnética funcional (fMRI en sus siglas en inglés), un procedimiento que permite detectar la actividad en zonas cerebrales localizadas gracias a la medición del flujo sanguíneo y la mayor o menor concentración de deoxihemoglobina en tales zonas.
El experimento ha consistido en someter a un grupo de personas a situaciones en las que mentir les podría resultar económicamente ventajoso. El estudio muestra que las personas que mentían en tales situaciones evidenciaban una mayor actividad, reflejada por las técnicas de fMRI, en determinadas zonas de la corteza cerebral asociadas con el control y la atención. Por contra, las personas honradas, que no mentían, no manifestaban signos de actividad en tales zonas cerebrales. El comunicado original de la Universidad de Harvard se limita a concluir que los procesos cognitivos asociados con la honestidad dependen más de la ausencia de tentaciones que de una resistencia activa frente a éstas, es decir, que los comportamientos honrados son cognitivamente más cómodos... al menos para las personas honradas, puesto que el mismo estudio afirma que un comportamiento honesto en personas deshonestas sí supone una mayor actividad cognitiva en las zonas cerebrales asociadas con el control y la atención.
En definitiva: según este estudio, la gente honesta no necesita hacer ningún esfuerzo volitivo para tener comportamientos honestos, en tanto que la gente deshonesta siempre desarrolla esfuerzos volitivos, tanto cuando se comporta honestamente como cuando no. Hasta aquí, el estudio es poco más que un dispositivo experimental para demostrar una tautología -que, como se sabe, es una verdad autoevidente y por ello indemostrable- la de que "las personas honestas son las que se comportan de forma honesta". La investigación, según parece, no nos lleva mucho más allá en el conocimiento de los arcanos de la naturaleza humana, aunque existe cierta confusión entre la definición operativa de honestidad -la que se ciñe exclusivamente al comportamiento de los individuos en el dispositivo experimental- y una clasificación esencialista, pues también se habla de personas 'honestas' de una forma más general, como si se tratase de una categoría previa que el experimento no viene sino a confirmar. (Por cierto, ¿tanto dinero tiene la Universidad de Harvard como para financiar proyectos de este tipo?)
La página web Tendencias 21, adscrita a la Cátedra de Ciencia y Tecnología de la Universidad Pontificia de Comillas, titula, sin embargo, la noticia sobre este estudio de una forma bastante llamativa: Un estudio del cerebro demuestra que el hombre es naturalmente honesto. Es evidente que este estudio no demuestra tal afirmación de ninguna manera, aunque es posible que la orientación confesional de la Universidad de Comillas haya tenido algo que ver en la presentación de semejante titular. Según esta manera de ver las cosas, el hombre sería naturalmente honesto por no suponerle tal comportamiento ningún esfuerzo cognitivo o volitivo. Pero esto es tanto como decir que el hombre es naturalmente ignorante, perezoso, sucio o amante de la contemplación -en definitiva, un completo idiota- por la misma razón.
En resumidas cuentas, la inercia cognitivo-volitiva no parece explicar gran cosa acerca de nuestra forma de ser. Justamente se tiende a definir al ser humano como un animal práxico, esto es, definible por lo que hace y por cómo lo hace, no por lo que no hace. El experimento comentado más arriba, y sobre todo la particular interpretación hecha por la web Tendencias 21, apuntan a una interpretación de esencias más que de actitudes (la gente honrada es la que se comporta de forma honrada y además esto es lo natural en el ser humano). La aplicación de las sofisticadas técnicas de neuroimagen por resonancia magnética no es -creo- sino una coartada metodológica para tildar de científica una investigación que no supera el rango de lo anecdótico: todo el mundo sabe que la verdad se dice, mientras que la mentira se inventa (lo que, evidentemente, supone un esfuerzo cognitivo).
Mentir es imaginar, elaborar y presentar ante los demás una realidad falsa; mentir es una actividad constructiva, un ejercicio cerebral de primer orden. Estoy hablando, claro, de la mentira en tanto actividad intelectual, y no me refiero a los dispositivos biológicos de ocultación, camuflaje o disimulo (un camaleón no miente cuando cambia la coloración de su piel). Justamente, el descubrimiento de que bonobos y chimpancés son capaces de mentir los ha hecho, ante nuestros ojos, más 'humanos'. Incluso en lo que se considera como la más alta distinción intelectual de la mente humana -la interpretación racional de la realidad- existe un trasfondo de mentira y de impostura. Alargando un poco a Descartes: miento, luego pienso, luego existo.
Por eso, en mi opinión, el estudio del profesor Greene no va más allá de la constatación de una trivialidad por resonancia magnética funcional; y es que parece que todo lo relacionado con las neurociencias es hoy por hoy como el saco del Tío Calambre, que de tanto que hay dentro nadie pasa hambre (y menos que nadie los psicólogos).
Así, mentir puede ser un ejercicio intelectualmente muy saludable, una gimnasia cognitiva que nunca viene mal y que forma parte de la naturaleza humana (sea lo que sea lo que quiera decirse con esta palabra). Conviene no olvidar, sin embargo, la advertencia del gran pensador cubano Dinio:
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