El altruismo ha sido desde mucho tiempo atrás un tema de interés para los científicos que estudian la evolución social. El altruismo presenta una paradoja difícil de explicar: Ayudar a personas sin lazos de sangre con el sujeto que ejerce la acción altruista tiene casi siempre un coste o un riesgo para éste, y debido a ello cabría esperar que la conducta altruista, por la amenaza que supone para los descendientes genéticos del individuo altruista, no fuese favorecida por la evolución, al menos atendiendo a los argumentos comunes de ésta. En otras palabras, alguien que arriesga su vida para salvar a desconocidos tiene más probabilidades de morir sin dejar descendientes que alguien que ante todo protege su propia vida. Por eso, el egoísmo debiera ser un rasgo de personalidad heredado de padres a hijos con mucha más frecuencia que el altruismo, hasta acabar desplazando a éste.
Los investigadores utilizaron una ecuación matemática que describe las condiciones necesarias para la evolución del altruismo. Esta ecuación llevó a los autores del estudio a comparar las diferencias genéticas y culturales entre grupos sociales vecinos.
Haciendo uso de los valores previamente calculados sobre las diferencias genéticas, emplearon los datos recopilados en una encuesta mundial sobre valores éticos, los cuales es previsible que estén fuertemente influidos por la cultura en un gran número de países, como una fuente de información para calcular las diferencias culturales entre los mismos grupos vecinos. Al hacer las comparaciones, encontraron que el papel de la cultura tiene un alcance mucho mayor para explicar nuestro comportamiento prosocial que la genética.
Los investigadores utilizaron una ecuación matemática que describe las condiciones necesarias para la evolución del altruismo. Esta ecuación llevó a los autores del estudio a comparar las diferencias genéticas y culturales entre grupos sociales vecinos.
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