El Mal de Chagas es una “enfermedad invisible”. Lleva 100 años en la región latinoamericana y la padecen unos 15 millones de personas en el mundo, pero son pocos los que lo saben.
Los expertos tienen argumentos para explicarlo: los síntomas no se hacen notar y el Chagas es -según la definen- una “enfermedad de la pobreza”, para la que poco han evolucionado los diagnósticos y tratamientos.
Precisamente, en 2009 se cumple el centenario del descubrimiento del mal, y organizaciones no gubernamentales en conjunto con autoridades sanitarias emprendieron campañas para crear conciencia.
La Organización Panamericana de la Salud (OPS) acaba de firmar una resolución que es leída por algunos como un intento por achicar la brecha entre los pacientes y la cura: aprobada hace apenas unos días, establece el compromiso de los Estados miembro de adoptar estrategias más fuertes para hacer frente al Chagas.
“Mientras que un hombre descubrió mucho en muy poco tiempo, cien años después tenemos muy poco que celebrar. Nada se ha hecho porque es una enfermedad de la marginalidad”, reclama ante BBC Mundo el médico Tom Ellman, quien trabaja en la campaña “Chagas: es hora de romper el silencio” de Médicos Sin Fronteras (MSF).
Hito médico
El hombre en cuestión fue el médico brasileño Carlos Ribeiro das Chagas, quien descubrió la enfermedad infecciosa que lleva su nombre cuando en realidad investigaba una epidemia de malaria en pleno Amazonas.
Su trabajo científico se ha convertido en un hito de la medicina: fue un triple hallazgo realizado por una sola persona en tiempo récord. La enfermedad humana, el agente patógeno que la produce y el insecto que lo traslada o “vector”.
Así, Chagas estableció que el mal es causado por un parásito, el trypanosoma cruzi, mediante un “vector” que lo transporta: la chinche picuda o vinchuca, que habita entre la paja y el adobe de las casa rurales y sale a morder de noche para alimentarse de sangre.
Pero el ciclo es aún más complejo: si una vinchuca “sana” muerde a un ser humano portador del parásito, el insecto se contagia y retroalimenta el ciclo de difusión.
Asintomática
El “silencio” del Chagas se basa, en parte, en que la mayoría de los pacientes no manifiestan síntoma alguno al momento de la infección. Pero las estadísticas indican que un tercio de ellos tendrá, años después, afecciones cardíacas graves que pueden producir la muerte.
“La mayoría de la gente que vemos tiene la enfermedad desde hace 20 o 30 años y no lo sabían hasta que les hacemos el diagnóstico. Y no podemos anticipar quiénes de ellos desarrollarán la enfermedad, así que hay que tratarlos a todos”, señala el médico Ellman.
Se estima que el Chagas causa 14.000 muertes al año, y entre 10 y 15 millones de personas en el mundo están infectadas por el parásito. Aunque estos datos, precisamente por el carácter asintomático del mal en su primera etapa, son difíciles de cotejar.
En América Latina, la situación es crítica: según los especialistas, un 25% de la población regional corre el riesgo de contagiarse. Bolivia, Paraguay y Argentina son los países de mayor incidencia, y este último, al igual que Brasil y México, tiene registrados más de un millón de casos, según cifras de la OPS.
Diagnóstico urgente
Para ganarle la batalla a la enfermedad, todos coinciden en señalar que haría falta incrementar de manera dramática los recursos destinados a investigación y desarrollo. Muchos reclaman que, como todas las enfermedades de la pobreza, interesan poco a los grandes laboratorios, concentrados en producir fármacos para “mercados que consumen”.
Según datos del Fondo Global para la Innovación en el Tratamiento de Enfermedades Olvidadas, de The George Institute, en 2007 se gastaron sólo US$10 millones en el estudio del Chagas, lo que representa apenas 0,4% de la ya magra suma que se dedica las dolencias “olvidadas”.
Como resultado, los tratamientos han avanzado poco y nada. Los dos medicamentos con que se combate el mal –benznidazol y nifurtimox- fueron desarrollados hace más de tres décadas y generan un sinnúmero de efectos secundarios.
“Los gobiernos prefieren invertir más en prevención, como el rociamiento con insecticidas o la mejora de viviendas precarias, pero deberían apostar por el diagnóstico y el tratamiento”, indica Ellman.
Sin embargo, hay quienes desaconsejan tratar el mal en pacientes adultos, argumentando que los efectos colaterales se incrementan y los resultados son menores cuantos más años hayan pasado desde el contagio.
Cochabamba
Con 1 de cada 9 habitantes infectados, Bolivia es el país con mayor prevalencia del mal y el ministerio de Salud trabaja en conjunto con organismos no gubernamentales para controlarlo.
Yo no sabía lo que era el Chagas hasta que me embaracé. Cuando me dijeron, me acordé que había vinchucas en la casa donde vivíamos con mi mamá
Alejandra Barón, paciente
Algunas cifras pintan el cuadro: por caso, en la localidad de Aiquile, del departamento de Cochabamba, 70% de las mujeres en edad reproductiva tiene la enfermedad.
“En el área rural la gente tiene más dificultades para ser tratada, mientras que en zonas suburbanas los pacientes son migrantes que vienen con su problema desde las zonas rurales”, detalla a BBC Mundo la enfermera Vilma Chambi.
“Yo no sabía lo que era el Chagas hasta que me embaracé. Cuando me dijeron, me acordé que había vinchucas en la casa donde vivíamos con mi mamá”, revela Alejandra Barón. Ella y sus hijos, de 2 y 3 años, estuvieron bajo tratamiento.
Según los médicos en el terreno, el peor escollo es la resistencia de los pacientes a continuar tomando las drogas cuando se manifiestan efectos adversos. Es un tratamiento largo, que exige método y constancia y no arroja resultados visibles.
“Estoy tomando dos tabletas y media por 60 días… esperando una buena respuesta con el tiempo”, confía Waldo Zenzano, quien va cada semana a un centro sanitario a recoger su medicación.
Para otros, ya es demasiado tarde. Como el caso de una joven de 39 años, que prefiere reservar su nombre: conoció el diagnóstico cuando el parásito había atacado su corazón. Necesita ahora colocarse un marcapasos, pero no se opera porque la intervención le da temor.
“Por eso también no he vuelto a ir al médico”, dice.
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