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martes, 13 de abril de 2010

¿Las citas a ciegas son realmente ciegas?


Todos buscamos, en mayor o menor medida a nuestra media naranja. Unos creen haberla encontrado, aunque luego resulta que no es así. Otros se pasan la vida buscándola infructuosamente. Sin embargo, lo que arrojan diversos experimentos sobre este tema es que la gente no busca en realidad medias naranjas, sino medio pomelo, media manzana o lo que toque, según las circunstancias.

O dicho de otro modo: el amor no es tan idealista como creemos, ni siquiera entre las personas que se consideran idealistas. El amor tiene mucho más de cálculo de lo que sospechamos. Los románticos no dejan de ser fríos y calculadores, aunque en el fondo no se den cuenta de ello.

Uno de los estudios que más información nos ha aportado en ese sentido es el que se refiere a las citas a ciegas rápidas realizado por los economistas Michéle Belot y Marco Francesconi.

Ambos convencieron a una de las agencias matrimoniales más importantes de Gran Bretaña para que revelara información acerca de las actividades de 1.800 hombres y 1.800 mujeres que, a lo largo de casi 2 años, asistieron a 84 actos de citas rápidas.

De esta forma, se pudo saber quiénes asistían a tal acto, y quién le hacía una proposición de una segunda cita a quién.

Al principio los datos fueron bastante evidentes. Las mujeres invitaron a salir a alrededor de 1 de cada 10 hombres que conocieron. Los hombres, menos exigentes, propusieron un encuentro al doble de mujeres.

Todos ponemos imaginarnos, también, que los individuos que recibieron más propuestas para un encuentro fueron los hombres altos, las mujeres esbeltas, los no fumadores y los profesionales.

Pero la sorpresa llegó al comprobar que, a partir de casi 2.000 citas rápidas distintas (100 horas de conversación forzada), la gente parecía cambiar sus exigencias dependiendo de quién se hubiera presentado a la cita rápida. De esta forma, no parecían estar buscando a un estereotipo, ni a un príncipe azul, ni a una media naranja. Sólo se quedaban con lo que había, adaptándose.
Por ejemplo, los hombres prefieren a las mujeres que no tengan exceso de peso. Podrías, tal vez, pensar entonces que, si durante una noche determinada se presentaran el doble de mujeres con sobrepeso de lo habitual, ésta sería una noche en la que sólo unos pocos hombres propondrían una cita. Pues en absoluto: los hombres realizan sus proposiciones con la misma frecuencia, así que, cuando acuden el doble de mujeres con sobrepeso, recibe propuestas el doble de mujeres con sobrepeso.
Estos cambios en las preferencias también se observó entre las mujeres. Ellas preferían a los hombres altos. Pero si a las citas se presentaban pocos altos, entonces los bajos tenían más suerte. También pasaba con los hombres cultos: si aparecían pocos cultos, entonces triunfaban los que no lo eran tanto.
Si esta gente realmente buscara una pareja de un determinado tipo, podríamos suponer que, a la ausencia de tal persona, respondería tomando el autobús de vuelta a casa, encogiéndose de hombros en un gesto de desilusión y resignándose a pasar la noche del sábado delante del televisor, a la espera de un mejor número de asistentes en la próxima cita rápida. Pero eso, sencillamente, no es lo que ocurre. En vez de ello, la gente responde a los exiguos resultados bajando sus estándares.
Esto no demuestra que las personas sean poco exigentes a la hora de buscar pareja. Lo son, pues los hombres sólo escogían tener un encuentro con 2 de cada 10 mujeres; y las mujeres con 1 de cada 10 hombres.

Lo que sí muestra este estudio es que somos más exigentes cuando podemos permitirnos serlo, y menos exigentes cuando no podemos. O como lo expresó Francesconi: “a quien le propones una cita está en función, en gran parte, de quién esté casualmente sentado frente a ti en ese momento. En este caso, esto es algo que obedece, en buena medida, al azar”.

Dicho de un modo un tanto tosco, cuando del mercado de las citas se trata, nos conformamos con lo que podemos conseguir. Francesconi me dijo que, según sus cálculos, nuestras ofertas para salir con un fumador o un no fumador representan, en un 98 por ciento, una respuesta a (no hay una forma más delicada de decirlo) las condiciones del mercado, y que sólo el 2 por ciento están guiadas por deseos inmutables. Las proposiciones a personas altas, bajas, gordas, delgadas, profesionales, empleadas, cultas o incultas están, en más del noventa por ciento de los casos, determinadas por lo que está disponible esa noche.

Vía | La lógica oculta de la vida Tim Harford

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