Cuando nos ruborizamos por algo (porque nos han cogido en una mentira, porque nos piropean, porque en definitiva nos avergonzamos) delatamos nuestro pensamiento. ¿Qué interés tiene el cuerpo en explicar a los demás cómo nos sentimos internamente en contra de nuestros deseos? ¿A qué se debe esa vulneración de nuestra intimidad?
Para uno de los primatólogos más reputados del mundo, Frans de Waal, el sonrojarse tendría que ver con la honestidad.
Nos ruborizamos como señal de que hemos evolucionado como especie sumamente cooperadora en comparación con otros animales. Es una manera de comunicarle al resto del grupo que somos conscientes del impacto de nuestras propias acciones, que nos interesa cooperar y nos preocupa la sinceridad.
Algunos investigadores sostienen que el hecho de que las mujeres tienden a ruborizarse más que los hombres también tendría una clara incidencia evolutiva: era una forma de demostrar a las posibles parejas su honestidad y fidelidad y conseguir así que éstas les ayudaran con la descendencia. ¿Esto explicaría que una pareja sonrojada resulte más atractiva? ¿Tiene algo que ver con el uso de colorete?
Tan embarazoso puede llegar a ser el rubor facial, una tendencia patológica a ruborizarse en público sin motivo aparente ni consciente que puede provocar a quienes la padecen graves problemas psicológicos y hasta fobia social, que hasta hay gente que se opera para eliminarlo. Consiste en eliminar, mediante cirugía endoscópica, los ganglios del sistema nervioso simpático, situados en las axilas y encargados de controlar la sudoración y el enrojecimiento de la cara y el cuello.
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