La base de nuestra formación y disciplinamiento cultural ha consistido en un contrato social, en el que concordamos en descripciones específicas. Desde que nacemos nos sometemos a un proceso de enculturización que, implacablemente actúa sobre nosotros como un proceso de normalización disciplinaria que empieza en la relación que entablamos con nuestros padres, los medios de comunicación y las instituciones educativas y la sociedad en general.
Lo que llamamos “la realidad”, con frecuencia no es otra cosa que descripciones concurrentes sobre las que todos coincidimos producto de ese proceso. Todo sistema racional se funda en premisas fundamentales aceptadas a priori, aceptadas porque fueron impuestas, aceptadas porque sí, aceptadas porque a uno le gustan, por comodidad o porque simplemente las aceptamos. Los niños reconocen al mundo con pocas percepciones conceptuales, hasta que les enseñamos a ver las cosas de forma tal que correspondan con la descripción en la que todo concuerda.
Pareciera que crecer necesariamente implica aprender una descripción del mundo machacada en nuestras cabezas por nuestros padres, maestros, amigos, la escuela, los medios de comunicación, la costumbre, etc. …
La realidad así se convierte en un acuerdo que, porqué no, puede asentarse en una cadena de falsedades sobre las que se asiente el status quo.
El mundo que ese acuerdo de la razón quiere sostener, es un mundo creado por una descripción y sus reglas (dogmáticas), las cuales aprendemos a aceptar, resguardar y defender a rajatablas, sin cuestionar. Así, la sociedad se sostiene en una visión acordada, que por su propia construcción, nos consagra el acceso a fragmentos y trozos dispersos de la realidad. ¿Te acordás de la caverna de Platón? Esa cueva es la matriz mental que nos impone la cultura que nos moldea. Te preguntaste alguna vez ¿quién se beneficia de todo esto?
Desde ese acuerdo tácito, no hemos sido aún capaces de comprender la totalidad que nos circunda, ni de vernos como responsables de la propia realización del mundo. ¿Por qué sucede esto? ¿Por qué no percibimos esa mecanicidad que nos mueve? ¿Por qué nos atamos a una forma de pensar que, cuando reflexionamos, encontramos inviable, incoherente y carente de toda posible sostenibilidad? ¿Se puede trascender esa matriz cultural que nos tiene amordazados? ¿Se podrá cambiar ese acuerdo tácito que la mayoría asumimos como realidad? ¿Cuál es la masa crítica de gente que se necesita para que ello ocurra? ¿Es posible pegar el salto cuántico que nos permita realizar un cambio verdadero en el ser humano se beneficie del desarrollo y no al revés? De eso se trataría el verdadero cambio de paradigma que me gustaría testimoniar. Bueno, como siempre me quedo con más preguntas que respuestas.
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