Aunque los efectos negativos de los azotes fueron "modestos", el estudio le añade a la creciente literatura que encuentra que los azotes no son buenos para los niños.
"El año de edad es un momento clave para establecer la calidad de la crianza y la relación entre padres e hijos", afirmó la autora del estudio Lisa J. Berlin, científica investigadora del Centro de políticas infantiles y familiares de la Universidad de Duke. "Los azotes a la edad de un año refleja una dinámica muy negativa, y aumenta la agresión de los niños a los dos años".
El estudio aparece en la edición de septiembre y octubre de la revista Child Development.
Berlin y colegas evaluaron datos sobre 2,500 niños blancos, de origen mexicano y negros de familias de bajos ingresos. Los datos incluían los informes de los padres sobre la conducta de sus hijos, su uso de azotes, además de visitas al hogar de observadores entrenados para documentar las interacciones entre padres e hijos a las edades de uno, dos y tres años.
Alrededor de un tercio de las madres de los niños de un año reportaron que ellas u otra persona en el hogar había azotado al niño en la semana anterior, mientras que alrededor de la mitad de las madres de niños de uno y dos años reportaron que su hijo había recibido azotes.
El número promedio de azotes para los niños de un año fue de 2.6 por semana, mientras que para los niños de dos años fue de casi tres.
El estudio encontró que los niños que recibían azotes al año de edad tenían conductas más agresivas a los dos años y les iba peor en medidas de capacidades de pensamiento a los tres años.
Sin embargo, recibir azotes a los dos años no predijo conductas más agresivas a los tres, posiblemente porque los azotes habían comenzado a la edad de un año y para los dos años los niños ya eran más agresivos, apuntó Berlin.
Los investigadores también observaron los efectos del castigo verbal, definido como gritos, regaños o comentarios peyorativos. El castigo verbal no se asoció con efectos negativos si la madre era, por lo demás, atenta, cariñosa y compasiva.
Los investigadores controlaron las características familiares como la raza, etnia, edad materna, educación, ingreso familiar y el sexo del niño.
Investigaciones anteriores han mostrado que los azotes son más comunes en los hogares de bajos ingresos que en los de altos ingresos.
Los investigadores eligieron una muestra de familias de bajos ingresos porque algunos expertos en conducta infantil han planteado que cuando los azotes son una "normativa cultural", o sea, que se espera que los padres usen disciplina corporal, los efectos nocivos de los azotes podrían disminuir.
"Eso no fue lo que hallamos", apuntó Berlin. "Incluso en una muestra de personas de bajos ingresos, donde se supone que la normativa es azotar a los niños, encontramos efectos negativos".
El estudio también encontró que las madres que afirmaron que sus bebés eran "inquietos" eran más propensas a azotarlos a la edad de uno, dos y tres años. Pero los niños que eran más agresivos a los dos años no eran más propensos a recibir azotes.
"La implicación o la sugerencia en argumentos anteriores es que algunos niños que son más agresivos o difíciles de controlar podrían provocar más azotes, pero no fue lo que encontramos", apuntó Berlin.
Los investigadores encontraron que los niños negros eran los recibían más azotes y castigos verbales, tal vez debido a la creencia cultural sobre la importancia de respetar a los mayores y en el valor de la disciplina corporal, o porque los padres creían que tenían que preparar a sus hijos para un mundo racista y potencialmente peligroso.
De todos los debates sobre la crianza de los niños, los azotes "son definitivamente un tema álgido", apuntó Berlin.
"Es una práctica de crianza que ha perdurado mucho tiempo, y eso también está en transición", dijo Berlin. "En general, el uso de los azotes ha disminuido. Pero también hay muchas personas que realmente lo consideran importante, que dicen que fueron criados así, y es una tradición que desean continuar".
Elizabeth T. Gershoff, profesora asociada del departamento de desarrollo humano y ciencias familiares de la Universidad de Texas en Austin, dijo que el estudio añade al creciente cuerpo investigativo que muestra los efectos negativos de los azotes.
"Casi todos los estudios apuntan a los efectos negativos de los azotes", señaló Gershoff. "Vuelve a los niños más agresivos, más tendientes a ser delincuentes y a presentar problemas de salud mental. Mientras más se azota a los niños, más probable es que sean físicamente abusados por sus padres. Esto no significa que todo el que azota comete abuso físico, pero el riesgo existe".
Dado que los niños tienden a imitar las conductas de los padres, es posible que azotarlos "cree un modelo para el uso de la agresión", advirtió Gershoff. "Azotar es simplemente golpear".
Se sabe menos sobre por qué los azotes podrían inhibir el desarrollo cognitivo. Una posibilidad es que los padres que azotan son menos propensos a usar el razonamiento con sus hijos, algo que es bueno para el desarrollo, dijo Gershoff.
Artículo por HealthDay, traducido por Hispanicare
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