Ocho septiembres, casi tres mil días, prácticamente uno por cada víctima de los atentados que cambiaron el mundo, como señaló ayer Barack Obama. En su primer aniversario del 11-S al frente de Estados Unidos, el presidente no clamó venganza ni renovó los votos de la «guerra contra el terrorismo» que iniciase el anterior mandatario, George W. Bush, sino que pidió a sus ciudadanos responder con un día de servicio público.
«Renovemos el verdadero espíritu de este día. No la capacidad humana para el mal, sino la capacidad humana para hacer el bien», entonó bajo la lluvia. «No el deseo de destruir, sino el impulso de salvar, de servir y de construir. En este primer Día Nacional de Servicio y de Recuerdo, convocamos a todos los estadounidenses de bien para que una vez más sirvan a nuestra comunidad, fortalezcan a nuestro país y construyan un mundo mejor», dijo el presidente.
Para Obama, la mayor lección del 11-S fue que el país apartó sus diferencias y arrimó el hombro en común. Ciertamente fueron días en los que parecía que alguien había derramado la pócima de la compasión.
En las agresivas calles de Nueva York nunca se habían visto tantas sonrisas serenas, tanta buena voluntad cargada de comprensión y de ganas de ayudar al prójimo. «Tal determinación no debe ser un momento efímero, sino una virtud duradera», exhortó el mandatario. «Ésta puede ser la mejor respuesta a los que nos atacaron y el mayor tributo a los que nos arrebataron». Era imperativo para el comandante en jefe recordar su obligación de defender al país de aquéllos que perpetraron el bárbaro acto. «En la defensa de nuestra nación, nunca flaquearemos; en la lucha contra Al-Qaida y sus aliados extremistas, nunca decaeremos», prometió.
Sobrio discurso
El sobrio discurso de apenas seis minutos lo pronunció en el espacio del Pentágono construido en homenaje a las 184 víctimas del vuelo 177 de American Airlines, que se estrelló contra sus muros con 59 personas a bordo. Cada una de ellas tiene ahora un banco, mientras que, en la ciudad de Nueva York, las autoridades siguen discutiendo qué hacer en el inmenso solar que ha dejado el Worl Trade Center.
Este año la lluvia lavó las lágrimas de los familiares de las 2.700 víctimas de las Torres Gemelas que, como cada año, tuvieron acceso a los pilares de los colosos, custodios de los cadáveres pulverizados de sus seres queridos. La Iglesia de la Trinidad, que hospedó a los cuerpos de rescate, tocó las campanas a difunto, y el alcalde de la ciudad Michael Bloomberg, junto con el vicepresidente Joe Biden, llevó a cabo «la sagrada misión que tienen los vivos de preservar la memoria de los muertos».
Un acto que los críticos del presidente Obama consideran mucho más apropiado que el Día de Servicio Nacional. «Recordar es sagrado», protestaba un comentarista del periódico 'Daily News', para el que la convocatoria cambia el énfasis de la memoria al activismo. «Pintar bancos o ayudar en las escuelas no es el tributo que merecen los que perdieron la vida el 11- S», escribió Dennis Smith.
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