La idea del locavorismo es muy simple: si comemos productos producidos localmente, la huella ecológica producida por nuestra alimentación será menor. La idea es atrayente, pero como casi todas las ideas simples peca de eso: de simple.
Locavorismo no es una palabra que la Academia de la Lengua hay aceptado, pero me caben muy pocas dudas de que lo hará. La palabra, en inglés, locavorism, fue creada por la estadounidense Jessica Prentice como unión de dos palabras latinas: locus cuyo significado para nosotros es obvio (local) y vorare, que tampoco nos resulta muy extraño: comer (devorar). Así que Locavorismo podríamos traducirlo como el ismo que propone comer productos locales.
No cabe duda de que si hablamos del mismo producto y de las mismas condiciones de producción el que viaja menos produce menos huella ecológica. El problema es que casi nunca se dan las mismas condiciones de producción y al tener que tenerlas en cuenta el tema se complica una barbaridad. Tanto que muchas veces la ecuación se invierte: es más ecológico comer lo que viene de lejos.
En un artículo publicado en la revista Enviromental Science Technology, en el número del 16 de abril de 2008, los investigadores de la Universidad Carnegie Mellon (Estados Unidos) Christopher L. Weber y H. Scott Matthews llegan a la conclusión de que la mayor parte de la energía en los alimentos se consume en la fase de producción. El transporte, considerando todas sus facetas, por ejemplo transporte de abonos o de fitosanitarios, contribuye por término medio un 11% y si nos atenemos solamente al transporte desde el productor hasta que llega a la tienda donde lo compra el consumidor, esa energía debemos bajarla al 4%.
(Weber y Matthews)
Quiero que se fijen en esa cifra: 4%. Es decir, que frente al consumo energético de la producción, el transporte desde el lugar de origen hasta el consumidor es «el chocolate del loro».
Esta cifra nos indica claramente que lo de comprar lo producido localmente puede tener otras justificaciones –mantener el empleo en nuestros vecinos, que nos gustan más las variedades de nuestra tierra,...– pero no podemos decir que sea para disminuir la huella ecológica. Al menos, no siempre. Alguna vez, sin duda, será cierto.
Voy a poner un ejemplo muy sencillo, el de los tomates producidos en España y llevados al Reino Unido (UK), frente a los producidos en aquel país. Resulta que en producto tan sencillo como éste, al tener en cuenta todos los consumos de energía, es mejor llevarlos desde España que cultivarlos en UK (artículo Times aquí). La razón principal es que UK es mucho más fría que el sur de España y para cultivarlos se hace en invernaderos calentados artificialmente con el consiguiente consumo de energía.
He puesto el ejemplo del tomate a propósito pues se trata de un producto donde habitualmente suele gustar comer lo local. No he visto ningún lugar en España donde no me hayan dicho que sus tomates son los mejores del país. Así que probablemente compremos tomates locales porque nos gustan más no porque su huella ecológica sea menor.
Nueva Zelanda es un gran exportador de comida hacia UK. Las ideas del locavorismo empezaron a causar mella en la venta de sus productos y la Universidad Lincoln (Nueva Zelanda) hizo un estudio académico del tema. Los autores del informe son Caroline Saunders, Andrew Barber y Greg Taylor. Un «resumen ejecutivo» del mismo podíes leerlo aquí y el informe completo aquí.
(Caroline Saunders)
El informe parece muy serio, pero incluso si consideramos que los investigadores hayan arrimado un poco «el ascua a su sardina», los números son tan contundentes que dejan poco lugar a la duda.
El primer producto del que quiero hablar es el de los corderos. Ya sabemos que UK tiene fama de muy buenos corderos. Los corderos de Nueva Zelanda no son peores; tienen fama de ser de una excelente calidad. El estudio dice que la emisión de CO2 por cada kilogramo de carne, incluyendo el transporte desde Nueva Zelanda a UK, es un cuarto. O dicho al revés: el CO2 producido en UK es cuatro veces el de Nueva Zelanda.
(Corderos de Neva Zelanda. Foto de kiwinz. Flickr. Licencia CC)
Este es un caso claro en el que consumir lejano es mejor en cuanto a consumo energético.
El mismo estudio nos dice que la leche producida en UK consume el doble de energía que la producida en Nueva Zelanda (incluyendo el transporte desde NZ a UK).
En cuanto a las manzanas el estudio es menos concluyente aunque llega al resultado de que energéticamente es conveniente comprar las de NZ.
El último ejemplo que ponen es el de las humildes cebollas. Aquí el estudio llega a la conclusión de que producir cebollas en UK o producirlas y transportarlas desde NZ vienen a gastar la misma energía; aunque –indican– que las temporadas de producción son distintas en NZ y UK (hemisferio norte, hemisferio sur) y si se tiene en cuenta el costo de almacenamiento en UK, fuera de temporada es mejor comprar las de NZ que almacenar las producidas localmente. (Sin ser mentira lo que dicen aquí veo un poco el «ascua arrimada a su sardina»).
No quiero insistir mucho más. Simplemente repetir el mensaje que he querido transmitir: consumir productos producidos localmente o no depende de muchos factores, no es tan simple como cerca, más ecológico, lejos, menos.
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